Joaquín nos atiende en su casa del barrio madrileño de Tirso de Molina. A su alrededor, centenares de libros, viejas gramolas y gatos, muchos gatos ("Tengo siete", apunta. "Cuando vienen amigos alérgicos, tengo que guardarlos a todos"). En el ambiente flota humo de tabaco negro: Sabina fuma un cigarro tras otro. Abre una cerveza y se acomoda en su sofá.
Está recién llegado de América, ¿cómo ha ido?
Muy bien. Por encima de cualquier expectativa.
¿Cansado?
Durante la gira, el vértigo de los conciertos te quita cualquier cansancio. Pero cuando llegas y te relajas, te vienen todas las enfermedades de golpe.
La industria vive una profunda crisis, pero Sabina saca Vinagre y rosas y vende 200.000 copias en un mes…
Me doy con un canto en los dientes. Igual que si hubiera vendido 10.000. A estas alturas uno no es un vendedor, sino un escritor de canciones. Pero me doy cuenta de que la gente está comiéndose los mocos y yo soy un privilegiado.
A estas alturas uno no es un vendedor, sino un escritor de canciones
¿Qué opina de la SGAE?
Es una sociedad privada de la que soy socio, pero no he ido jamás a una junta directiva. Debería estar más metido ahí, pero no lo he hecho ni lo voy a hacer. Tengo otras cosas en las que invertir el tiempo. También creo que se la ha demonizado demasiado.
Más allá del personaje, ¿quién es Joaquín Sabina?
Alguien que tiene poco que ver con la caricatura, sobre todo a estas alturas y a estas edades. Soy un tipo que trata de hacer su trabajo sin plazos y que disfruta mucho de las giras.
¿Cómo es un día normal en su vida?
Tengo pocos días normales. O bien estoy de gira, o grabando, o atormentado porque no se me ocurren canciones… Soy bastante incapaz de generar costumbres, horarios y rutinas. Y eso a veces vuelve loco.
¿Cómo lleva la etiqueta de canalla que siempre se asocia a su figura?
Es un aburrimiento. Ya quisiera yo seguir siendo canalla. Me lo pasaba muy bien (risas).
¿Echa de menos los viejos tiempos...?
Los bares y la calle. Me gustaban mucho. Ahora, por estricta supervivencia, ni debo ni puedo. Ahora el bar lo tengo en casa, y es aquí donde vienen los amigos.
¿Y las drogas? ¿Son tan peligrosas como se las pinta desde las instituciones?
Las instituciones, de entrada, lo primero que deberían hacer es legalizarlas. Cuando legalizaron el alcohol en Chicago siguió habiendo borrachos, los que desaparecieron fueron los Al Capones. Cada cual que haga con su vida lo que le parezca sin hacer daño a terceros.
Lo que hace falta es que los obreros salgan a la calle a quemar televisiones
¿Añora su consumo?
A veces sí. Esa cosa maravillosa de estar tres días y tres noches sin dormir componiendo una canción... Ahora no lo hago, porque ya tengo una edad. En todo caso, mírame: tengo 61 tacos, estoy vivito y coleando y no me encuentro tan mal (risas).
Siendo un gran aficionado a la tauromaquia, ¿cómo vive la polémica sobre su posible prohibición en Cataluña?
El que no quiera ir a los toros, que no vaya. Y que se dejen de tocarnos los cojones, que hay cosas más importantes. Pero que no hablen de ecología ni de amor a los animales, porque no conozco a nadie que los ame más que los ganaderos y los toreros. Si yo fuera animal, me gustaría ser toro de lidia: a ninguno se lo respeta más. Ninguno está mejor tratado. Y además, tiene la posibilidad de que lo indulten y pasarse toda la vida follando vacas sin parar (risas).
¿Y la generada a raíz de la multa a Krahe por el vídeo de Cómo cocinar a un Cristo?
Fue absurdo. Aquella película era un chiste para amigos. Nada más. Los curas y la Iglesia vuelven a estar amparados por la derecha, y eso es muy peligroso.
Usted es una persona abiertamente de izquierdas. ¿Cómo ve a la izquierda hoy?
Hecha una mierda. Sin programa, sin alternativas, sin ideología…
¿Zapatero es de izquierdas?
La política que está haciendo ahora mismo no, desde luego.
Los curas vuelven a estar amparados por la derecha. Y eso es muy peligroso
¿Qué le falta a la política española?
Entre otras cosas, que los parados y la clase obrera salieran a la calle a quemar televisiones. Es tremendo que cinco millones de personas estén ahí, por las tardes, viendo Sálvame.
¿Usted ve la tele?
Claro. Como todo el mundo, pero generalmente la tengo sin voz, como fondo, mientras leo.
Además de en esta casa, ¿en qué invierte el dinero que gana?
No tengo coche, así que básicamente gasto el dinero en libros, en viajes y en invitar a mis amigos a cenar.
Usted cae tan bien como mal a mucha gente. ¿Cómo se lleva esa dicotomía?
Qué le vamos a hacer (risas). Yo no he buscado ni amigos ni enemigos. Soy un tipo de lo más pacífico, muy educado. Soy del cuerpo diplomático. A mí también me cae mal mucha gente…
Lo que es cierto es que dice lo que piensa.
Procuro, aunque no siempre lo hago: me muerdo la lengua muchas veces. Pero trato de decir en televisión lo mismo que digo en un bar, y eso a veces trae problemas.
¿Alguna vez se ha arrepentido de no haber pensado más algo antes de decirlo?
Al contrario: me he arrepentido muchas veces de no haber dicho más barbaridades.
Una gira maratoniana
No hay descanso para Joaquín Sabina. Después de triunfar en Latinoamérica, el jienense arranca mañana en Badajoz una larguísima gira que lo llevará por todos los rincones de la geografía española. Desde Toledo hasta Canarias, pasando por Barcelona, Sevilla, su Úbeda natal y la madrileña plaza de Las Ventas, donde recalará el 22 de junio. En total, 41 recitales que se prolongarán hasta el 23 de octubre próximo. No hay duda: a Sabina le queda cuerda para rato.
Bio
Nació en la localidad jienense de Úbeda en 1949. Soñaba con ser profesor, pero la música se cruzó en su vida. Creció escuchando a los grandes del rock and roll, como Elvis Presley, Chuck Berry o Little Richard. En los setenta vivió exiliado en Londres, de donde regresó a la muerte de Franco. Ha publicado catorce discos de estudio y nueve libros. Su vida sufrió un traspiés cuando, en 2001, sufrió un leve infarto cerebral. Tiene dos hijas, Carmela Juliana y Rocío, fruto de su relación con su ex pareja, Isabel Oliart.
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