¿Quién no se ha preguntado cuál es la cantidad de relaciones sexuales que una persona debería tener a la semana, al mes, al año para considerar que cumple con estándares aceptables?
La respuesta es que no hay respuesta: en materia de frecuencia, con excepción del cero absoluto no hay un "normal" ni un "mucho" ni un "muy poquito", sobre todo en un mundo que parece darle más importancia a la cantidad.
Como no hay un solo mago de la ciencia capaz de decir qué es una frecuencia normal en la cama, eso debería liberar automáticamente de la obligación de involucrarse a la fuerza en jornadas maratónicas, de acostarse con cualquiera para no pasar por la pena de admitir sequías intermitentes y de alardear con una prolífica e inexistente vida sexual.
La actividad bajo las sábanas de una persona depende de muchas variables asociadas con la crianza, el género, la edad, la raza, los factores culturales y el tipo de pareja que se tiene.
Eso hace que el número de relaciones por unidad de tiempo se convierta en un asunto tan personal como una huella dactilar. En ese espectro de normalidad caben desde los que necesitan hacerlo a diario, pasando por los que sólo van a la cama para celebrar cumpleaños y ascensos, hasta los que tienen la percepción de que no lo necesitan.
Por esa razón compararse con los demás, y amargarse la vida por eso, es poco más que una tontería.
No es que quienes viven en pareja deban desentenderse del tema. Si ese es el caso la consigna es buscar la armonía, sobre todo si a uno le gusta mucho y al otro no tanto. Hay que advertir, también, que entre más tiempo se comparte con la misma pareja, la frecuencia se reduce naturalmente. ¡Eso no tiene nada de raro!
Si esa disminución es parte de un proceso normal, y no de la apatía, el aburrimiento y los desacuerdos en la cama, no hay por qué preocuparse. La peor salida es salir a buscar un amante para ponerse al día con los dichosos estándares.
Ahora, si lo que quieren es tranquilidad, se vale darle una miradita a la Ley de Fisher que postula, palabras más, palabras menos, que el cuerpo se adapta a lo que le den.
Si, por ejemplo, una persona pierde a su pareja y reduce su frecuencia de una relación diaria a una mensual, el deseo del organismo se ajustará progresivamente, y punto.
También pasa lo contrario: si de tener sexo una vez al mes se pasa a un ritmo diario, el cuerpo se acostumbrará y responderá; de hecho, lo lógico es que acabe pidiendo más.
Si esa es la norma, es posible ser tan prolíficos en la cama como se quiera y cuanto se pueda.